«Hoy cosechamos lo que el Dueño de la mies ha sembrado en nosotros. Aquello que Él plantó en el surco de nuestro corazón abierto y que ha hecho germinar con el sudor de nuestra alma ahora descarnada.
Cosechar es ante todo un acto de agradecimiento, sabiendo que nosotros solo hemos sido el azadón con el que Él ha querido arar su tierra y las manos con las que Él ha arrancado nuestros cardos. Pero solo eso.
Porque Él ha puesto el sol, el viento, la lluvia y todo lo demás. Ha sido Él a través de nosotros y eso nos pone contentos. Por eso cosechar es también una celebración, una fiesta común que inicia desde la contemplación del fruto, que no es «nuestro», sino para nosotros, para ti, para mí, para todos.
Así, mientras disponemos nuestro corazón para la siguiente siembra, nos abrazamos cantando la alegría de sabernos hijos y hermanos, más que obreros, que van por la vida sembrando esperanza, y mirando siempre al cielo, a donde vamos…»